domingo, 11 de julio de 2010

Pájaros migrantes y otros cuentos-José Manuel Torres Santiago


Narrador desde sus tiempos en la revista Guajana, el poeta Torres Santiago tiene una larga trayectoria intelectual como poeta, ensayista, periodista, antólogo, narrador y profesor universitario.

Natural de Guayanilla (1940) Se gradúa en la Universidad de Puerto Rico en 1964, Facultad de Humanidades, especialiado en literatura española.

Posee una maestría en Estudios Puertorriqueños de la State University at Buffalo. Trabajó para el Instituto de Cultura Puertorriquerña en la década del 70. Es profesor jubilado del Hunter College, Nueva York.

Ha recibido premios de poesía y de cuento del Círculo de Humanidades y del Ateneo Puertorriqueño. Obtiene el Primer Premio de poesía en 1963 con Salvaerótica. Pasa a formar parte del Grupo Guajana destacándose por sus posturas militantes y valientes.
Ha publicado ampliamente poesía, cuento, crítica literaria, ensayos. Ha hecho teatro y tiene una novela inédita. Es autor del guión de la película Los dos mundos de Angelita.

Su obra poética incluye La paloma asesinada (1967), En las manos del pueblo
(1972), Sobre casas de muertos va mi sombra (1988), Mi abecé (1992) y
Canciones del amor y la delicia (1999). Tiene inédito Las trovas de Vinicio
Vargas, un libro de extensión épico-lírica de próxima publicación.

En Pájaros migrantes y otros cuentos Torres-Santiago nos ofrece un tomo
de cuentos de incalculable belleza y dominio del género. El poeta había publicado
cuentos premiados en Guajana y en la prensa de Nueva York, pero esta colección
recoge un conjunto de inéditos (salvo el que da título) incluido en Relatos en Espiga:
cuentos del Grupo Guajana (Ediciones Huracán, 2007). La narrativa de Torres -
Santiago al igual que su poesía es de carácter intenso, de verbo sólido y situaciones
límite. Con gran capacidad para la ironía y el lirismo sublime, el conjunto es de
arrraigo puertorriqueño, y a su vez, universalista con toques de humor e ingenio
intelectual constituyendo un verdadero libro de cuentos en unidad artística e
independencia de escenarios, todos con personajes humanos, algunos tocan las
fibras del mito y la leyenda.



MAMEYES

(fragmento)

................................................
Coaí salió de la nube y llegó frente a Paula vestida
con un traje de agua, de peces y algas rosadas. Paula
quedó deslumbrada. La tocó y se llenó las manos de
pecesitos azules. Sintió que el traje era verdadero, no
de sueño; sintió también que ni los peces ni las algas
ni el agua caían al piso. Eres Coatí, pero ahora eres más
linda, le dijo. Yo recuerdo cuando moriste y sé quien fue
el que te envenenó. Moriste pero viviste en el alma de
Yunes. Yunes cantaba tu amor a las estrellas y al mar.
Cantaba a los montes, a los pájaros y a las flores. Cantaba
a las rosas. La gente decía que a todos hacía llorar.

Arraigos de Antonio Rosa


Antonio Rosa (San Juan, 25 de noviembre de 1947)
publica suprimer libro de versos
en nuestra editorial. El poeta proviene del campo
de la Administración comercial y de la sociología.
Tiene afició a la Antropología y realizó un estudios en
en el estado de Oaxaca sobre los indios triques.

Gran parte de su obra ha sido publicada en Canto
Poético y otros foros y revistas electrónicas de
Iberoamérica. Su poema "Robo de amor" fue leído
en el Festival de Granada en España y obtuvo una
destacada crítica. Ha particiapado en distintos festivales
de poesía en Puerto Rico del que es miembro del directorio.
Participó en el Primer Encuentro de Poesía Internacional
en la Unviversidad de Loja, Ecuador y disertó sobre El
futuro de la poesía, un enfoque sociológico.
Figura en la antología de poesía Ventana de luz
y esperanza de la misma universidad.

Arraigos en su primera salida en la lírica con un
poemario de firme factura, versos esperanzados
en el amor, el lirismo social y personal de serena
y clara presencia.

El poeta ya arraiga en nuestras letras. Enhorabuena.




ROBO DE AMOR

Me envuelve la locura
y veo sensaciones en tu boca;
la vibración de sonidos
pidiendo ayuda,
la caída de tu mirada
sobre mi rostro,
reflejo de una pintura
sobre un paño roto,
tibio del pánico
en el camino de la sombra
y un eco divino
rondando el laberinto de la tristeza.
Yo sigo definiendo el tiempo
sobre la ternura y la vida
robándote el amor de un sufrimiento.

Versos para la lluvia insomne-Vilma Reyes


Vilma Reyes acaba de publicar su primer poemario en
nuestra editorial. Es la presidenta del 3r Festival
Internacional de Poesía en Puerto Rico. Y es cónsul
por Puerto Rico del Movimiento Poetas del Mundo.
Es poeta, narradora y educadora nacida el 2 de
septiembre de 1958, Río Piedras, P.R. Es maestra
de Español y co-autora de en varias series escolares.
Fundó Canto Poético, foro-revista internacional.

Ha participado en numerosos encuentros poéticos
en ámbito internacional. También ha publicado versos
en numerosas revistas nacionales e internacionales y
muestra de su poesía figura en varias antologías
hispanoamericanas.

La escritora posee un Bachillerato, concentración en
francés de la Universidad del Sagrado Corazón y en
Maestra en Artes por la Universidad Interamericana.
Es candidata doctoral por la Universidad de Puerto Rico
especializada en Literatura Hispanoamericana.

Versos para la lluvia insomne es un poemario maduro,
de tema amorso y factura precisa, con una voz particular
en la poesía femenina actual. Poemario de hondas
en cada verso.




AMANTES


Son amantes confinados por el tiempo
entre las pasiones del cielo o del infierno.

Son latidos que caminan o corren,
se ocultan o resurgen
a la luz de una sombra.

Son ir y venir de miles de santuarios
amantes de siglos que rezan a la vida
sus tortuosos sentimientos.

Son reclamos, son deseos
en sus paredes de cirios encendidos.
Y en su faz, la sonrisa o el llanto de la vida.

Afuera palpita un campanario
llamando, incitando, persiguiendo;
afuera gritan las conciencias
y en cada repique,
se graban las huellas de los amantes
que pesarosos vuelven.

martes, 30 de marzo de 2010

Cotidianos-de José A Peláez por Silvia Álvarez Curbelo


La noche de la iguana: Comentarios en torno al libro de José Peláez, Cotidianos (Edición Los libros de la iguana, 2009), Librería Mágica, Río Piedras, 25 de marzo de 2010.

(Leer “Reminiscencia”)

La iguana que sirvió de leit-motif a una obra de teatro de Tennessee Williams y a una película en la que Ava Gardner y Richard Burton, fotografiados por el lente ancestralmente mágico de Gabriel Figueroa, agotaron sus corazones salvajes en la costas de Mazatlán, es el signo editorial bajo el cual sale a la luz este libro de José Peláez, nuestro admirado artista, colega docente, poeta, y hoy, como parte de su camaleónica identidad, escritor de prosa. Es también este reptil añadido ha poco a nuestro bestiario, una especie de metáfora saltona que condensa el recorrido por diversas estaciones del día a día que es Cotidianos.

Debo aclarar. No se trata del agigantamiento hormonal de la salamandra criolla ni del lagartijo, su más dócil pariente –que perseveran en nuestros jardines y patios a pesar del asalto de la construcción, ejecutando familiares ritos de aparición y ocultamiento. En la cotidianidad de los últimos se imbrican pátinas antiguas con los tiempos y espacios de cuando Puerto Rico era inminentemente rural y con las edades promisorias y luego, venidas a menos, de nuestra modernidad en la que echamos cemento para obliterar una historia demasiado ligada a matas de guineo verde, gandures, lechozas y guayabas, algunas de las cuales, por cierto, Peláez capta en su seriado de serigrafías navideñas que regala a la Escuela de Comunicación desde hace algunos años. La iguana en Puerto Rico es una arribista llegada a nuestros mapas sensoriales. Su cotidianidad ha irrumpido en las carreteras y en la gastronomía isleña de pinchos y empanadillas en momentos en que un inventario de paisajes, faunas y floras, y memorias se anacronizan, en un tsunami de relevos y sustituciones con el que ha se ha desvanecido hasta el olor de la guayaba.

La iguana intrusa ocupa hoy la misma territorialidad que los Wal-Mart, los four-tracks, las maquinitas traganíqueles y la lotovida de miles de personas en Puerto Rico, los polvos del desierto del Sahara, la venta de cervezas en las gasolineras y el imperio de lo efímero de Facebook. Son los actores de una cotidianidad nueva, más neurótica y mudable, pero real e ineludible que constituye el lugar de nuestras negociaciones, de nuestras luchas por arrancar sentido del abigarramiento, de la cacofonía y del vaciamiento del carácter.

Cotidianos recorre una geografía de vida que va desde aquellos lugares que una generación como la mía aún reconoce como referentes o en todo caso recobra de los archivos memoriosos – los del tiempo de los lagartijos y salamandras-hasta aquellos de familiaridad difícil para algunos pero menú predecible de establecimiento de comida rápida para otros, que se registran en los del tiempo de la iguana. En ese tránsito, Peláez acota la más reciente etapa del desencanto, que siempre acompañó a la modernidad a pesar de sus optimismos desafiantes.

Nietzsche nos lo advirtió, ciertamente no con estas palabras pero lo dijo. A pesar de las conquistas fáusticas, de los progresos y las promesas de perfección, de haberse liberado de metafísicas y derechos divinos, la condición humana moderna es frágil, condenada a la soledad, a una que dura más de más cien años. Ese hombre y mujer triunfantes por no tener destinos decretados, terminaron por caer en la noria de las insatisfacciones, de las repeticiones, del infierno de sí mismo como diría Baudrillard, a pesar de la lógica de las novedades que moviliza a la modernidad.

Peláez va al super en su viñeta personal “La Compra” y en lugar de compradores ve zombies que bien pudieran estar en una película de culto de George Romero como Night of the Living Dead. Le molesta la parsimonia, se enfada con el eslembamiento de los clientes, con la cajera que anuncia que tiene que cambiar el dinero de la caja en momentos en que estamos colocando los productos en la banda registradora. Nuestro amigo Peláez, artista tierno, se rebela como energúmeno contra la entropía que anida también en el corazón de la obscuridad moderna. En “El Tapón”, el poeta de delicados haikús se torna en maniático del volante y le da los cortes de pastelillo y estoqueadas “mala fe” a una guagua azul. Su carrera matinal por llegar a la IUPI, transformada en “mortal kombat”, es tan delirante que la Avenida 65 de Infantería – compendio de todas las fealdades posibles- le parece a la distancia una tierra prometida.

Pero no piensen que Cotidianos es sólo el llantén interminable por una modernidad que nos latiga y abandona a la buena de Dios. Es sobre todo un registro de los bálsamos y de las consolaciones – irónicas, terapéuticas, de vieja sabiduría como la palabra o el trazo, o de reciente generación tecnológica como el I-Pod que atesora los sonidos de nuestra melancolía o de pasadas impetuosidades- repito, un registro de los bálsamos y consolaciones que ingeniamos, creamos o virtualizamos para poder decir todos los días “Good Morning Sunshine”. Está, pues, la música pero además están el arcoiris, el recuerdo de un viejo amor, “que no se olvida ni se deja”, ver crecer a sus hijas, el olor de la grama recién cortada con su fiel Black and Decker, a pesar del sol inclemente. Es su testarudez de iguana la que insiste en las epifanías a pesar de los camuflajes.

Una fórmula de sesgo bélico acuñada por Michel de Certeau en su reflexión sobre la vida social asegura que las prácticas cotidianas pertenecen menos al mundo de la estrategia que al mundo de las tácticas con las que, a menudo, respondemos con imaginación y no poca sabiduría a los avatares (y no me refiero al blockbuster de James Cameron) de nuestra existencia. Digo a menudo porque en otras tantas nuestras improvisaciones no resultan como anticipamos. Que es lo que le pasa a nuestro querido Peláez cuando se encuentra en un mismo trayecto con un verde limón que aromatizará el resto de su rito mañanero y con una bola amarilla que le llevará a su perro Ché para que salte y brinque. Debió haberse imaginado que con ese nombre de patria o muerte, el perro le haría el caso de la vaca a la bola que fue lo que ocurrió.

De todas maneras, nuestra vida está constituida por múltiples operaciones y fragmentos que damos por sentado y que no solemos aquilatar ni en su riqueza sensorial ni en su racionalidad aleccionadora. Esas operaciones menores de nuestra cotidianidad no sólo generan gratificantes lecciones, o creaciones sui generis sino que iluminan realidades más complejas y abren a comprensiones más suficientes de nuestros mundos interiores y exteriores como nos revela Peláez: “Me gusta cuando podo las Cruz de Malta y espantadas, salen de entre sus hojas, decenas de diminutas mariposas blancas y amarillas y llenan ese espacio por unos segundos, haciendo más liviano y colorido el aire. Me gusta la otra fauna que comparte nuestro patio: los pitirres y los ruiseñores a quienes tengo que disputarles las pocas frutas que produce nuestro mínimo predio, las acerolas y las parchas, pero que nos pagan con su canto; los colibríes, como pequeñas maravillas aladas, a los que podía mirar embelesado por horas mientras extraen el néctar de las pasionarias; los lagartijos ligeros como una brisa verde, que agitan las hojas anticipando nuestra llegada”. Siempre hay un pedazo de paraíso recortado y acicalado que podemos roturar con nuestras iniciales.

En Cotidianos, José Peláez revalida ese mundo de bricolajes que es la vida diaria de millones de seres humanos, aquéllos que pagan sus contribuciones, viven embrollados de quincena a quincena y que no son celebridades o corruptos para ganar las primeras planas. Lo hace con el mismo amor, ironía y fino cuidado con el detalle que muestran sus diseños y sus amados haikús, momentos plenos de aprovechamiento sentimental.

Pero como suele pasar en las películas de David Lynch, lo que recurre, lo rutinario, puede ser siempre lo más desconocido y misterioso, la curva inesperada, el guiño del destino, la carcajada del diablo, aquello que revela nuestros más íntimos absurdos, fragilidades y temores. En sus ocho cuentos, intensos y densos como un shot de buen tequila, quien protagoniza es la muerte, espacio a la vez absolutamente cotidiano y simultáneamente ajeno. Se trata aquí de un Peláez con guión de The X Files, de zona intermedia o piso trece sin numerar que nos recuerda que detrás de cualquier maya –sí, aquellas que dejó atrás Llorens cuando se alejó de su amado Collores- sale un ratón.

Cotidianos es también un tributo a la ciudad, a ciudad puertorriqueña, azotada por la falta de cariño institucional y vecinal pero también un homenaje a la urbe puertorriqueña que es la babélica Nueva York. Las ciudades de Peláez no son las de la tarjeta postal; son los espacios transitados por biografías inconexas, por destinos ignotos, por redenciones y condenas. Las camina, huele, mira y oye acompañado, eso sí, del antídoto que esconde en su I-Pod y donde mixean Santana, Vivaldi, el saxo maravilloso de John Coltrane y Miles Davis, el de Kind of Blue, una pasión compartida. De otra manera, sin ese refugio musical, sus sufrimientos por los ruidos, la basura mal habida y las desconsideraciones, quebrarían sus apetitos que son muchos (y que no se sacian con los almuerzos en La Tertulia o Casa Sila). Por cierto, a lo largo del libro encontramos un verdadero archivo discográfico y hasta se me ocurre pensar que podemos producir Cotidianos: The Soundtrack.

Es el libro, como apunta el título de su primer fragmento una transición, que ojala se desplace, como irreprimible iguana, hacia una escritura más holgada. Aquí, en está su primera entrega, coquetea con la crónica, con la viñeta, con el cuento, formas todas en la que lo reiterado, lo minimal y lo improvisado pero también lo extraño del diario vivir encuentran lenguajes propios. Peláez camina, compra, conduce, recuerda, viaja y arregla su patio. En esa aventura de los pequeños pasos recupera, los sonidos, colores, y sabores de la vida que es fenomenal, como diría Wico Sánchez, a pesar de las estridencias que provienen de un carro en medio de un tapón que no tiene salvación o de los gemidos de un pájaro herido, que sí la tuvo a manos de una niña amable.