domingo, 11 de julio de 2010

Pájaros migrantes y otros cuentos-José Manuel Torres Santiago


Narrador desde sus tiempos en la revista Guajana, el poeta Torres Santiago tiene una larga trayectoria intelectual como poeta, ensayista, periodista, antólogo, narrador y profesor universitario.

Natural de Guayanilla (1940) Se gradúa en la Universidad de Puerto Rico en 1964, Facultad de Humanidades, especialiado en literatura española.

Posee una maestría en Estudios Puertorriqueños de la State University at Buffalo. Trabajó para el Instituto de Cultura Puertorriquerña en la década del 70. Es profesor jubilado del Hunter College, Nueva York.

Ha recibido premios de poesía y de cuento del Círculo de Humanidades y del Ateneo Puertorriqueño. Obtiene el Primer Premio de poesía en 1963 con Salvaerótica. Pasa a formar parte del Grupo Guajana destacándose por sus posturas militantes y valientes.
Ha publicado ampliamente poesía, cuento, crítica literaria, ensayos. Ha hecho teatro y tiene una novela inédita. Es autor del guión de la película Los dos mundos de Angelita.

Su obra poética incluye La paloma asesinada (1967), En las manos del pueblo
(1972), Sobre casas de muertos va mi sombra (1988), Mi abecé (1992) y
Canciones del amor y la delicia (1999). Tiene inédito Las trovas de Vinicio
Vargas, un libro de extensión épico-lírica de próxima publicación.

En Pájaros migrantes y otros cuentos Torres-Santiago nos ofrece un tomo
de cuentos de incalculable belleza y dominio del género. El poeta había publicado
cuentos premiados en Guajana y en la prensa de Nueva York, pero esta colección
recoge un conjunto de inéditos (salvo el que da título) incluido en Relatos en Espiga:
cuentos del Grupo Guajana (Ediciones Huracán, 2007). La narrativa de Torres -
Santiago al igual que su poesía es de carácter intenso, de verbo sólido y situaciones
límite. Con gran capacidad para la ironía y el lirismo sublime, el conjunto es de
arrraigo puertorriqueño, y a su vez, universalista con toques de humor e ingenio
intelectual constituyendo un verdadero libro de cuentos en unidad artística e
independencia de escenarios, todos con personajes humanos, algunos tocan las
fibras del mito y la leyenda.



MAMEYES

(fragmento)

................................................
Coaí salió de la nube y llegó frente a Paula vestida
con un traje de agua, de peces y algas rosadas. Paula
quedó deslumbrada. La tocó y se llenó las manos de
pecesitos azules. Sintió que el traje era verdadero, no
de sueño; sintió también que ni los peces ni las algas
ni el agua caían al piso. Eres Coatí, pero ahora eres más
linda, le dijo. Yo recuerdo cuando moriste y sé quien fue
el que te envenenó. Moriste pero viviste en el alma de
Yunes. Yunes cantaba tu amor a las estrellas y al mar.
Cantaba a los montes, a los pájaros y a las flores. Cantaba
a las rosas. La gente decía que a todos hacía llorar.

Arraigos de Antonio Rosa


Antonio Rosa (San Juan, 25 de noviembre de 1947)
publica suprimer libro de versos
en nuestra editorial. El poeta proviene del campo
de la Administración comercial y de la sociología.
Tiene afició a la Antropología y realizó un estudios en
en el estado de Oaxaca sobre los indios triques.

Gran parte de su obra ha sido publicada en Canto
Poético y otros foros y revistas electrónicas de
Iberoamérica. Su poema "Robo de amor" fue leído
en el Festival de Granada en España y obtuvo una
destacada crítica. Ha particiapado en distintos festivales
de poesía en Puerto Rico del que es miembro del directorio.
Participó en el Primer Encuentro de Poesía Internacional
en la Unviversidad de Loja, Ecuador y disertó sobre El
futuro de la poesía, un enfoque sociológico.
Figura en la antología de poesía Ventana de luz
y esperanza de la misma universidad.

Arraigos en su primera salida en la lírica con un
poemario de firme factura, versos esperanzados
en el amor, el lirismo social y personal de serena
y clara presencia.

El poeta ya arraiga en nuestras letras. Enhorabuena.




ROBO DE AMOR

Me envuelve la locura
y veo sensaciones en tu boca;
la vibración de sonidos
pidiendo ayuda,
la caída de tu mirada
sobre mi rostro,
reflejo de una pintura
sobre un paño roto,
tibio del pánico
en el camino de la sombra
y un eco divino
rondando el laberinto de la tristeza.
Yo sigo definiendo el tiempo
sobre la ternura y la vida
robándote el amor de un sufrimiento.

Versos para la lluvia insomne-Vilma Reyes


Vilma Reyes acaba de publicar su primer poemario en
nuestra editorial. Es la presidenta del 3r Festival
Internacional de Poesía en Puerto Rico. Y es cónsul
por Puerto Rico del Movimiento Poetas del Mundo.
Es poeta, narradora y educadora nacida el 2 de
septiembre de 1958, Río Piedras, P.R. Es maestra
de Español y co-autora de en varias series escolares.
Fundó Canto Poético, foro-revista internacional.

Ha participado en numerosos encuentros poéticos
en ámbito internacional. También ha publicado versos
en numerosas revistas nacionales e internacionales y
muestra de su poesía figura en varias antologías
hispanoamericanas.

La escritora posee un Bachillerato, concentración en
francés de la Universidad del Sagrado Corazón y en
Maestra en Artes por la Universidad Interamericana.
Es candidata doctoral por la Universidad de Puerto Rico
especializada en Literatura Hispanoamericana.

Versos para la lluvia insomne es un poemario maduro,
de tema amorso y factura precisa, con una voz particular
en la poesía femenina actual. Poemario de hondas
en cada verso.




AMANTES


Son amantes confinados por el tiempo
entre las pasiones del cielo o del infierno.

Son latidos que caminan o corren,
se ocultan o resurgen
a la luz de una sombra.

Son ir y venir de miles de santuarios
amantes de siglos que rezan a la vida
sus tortuosos sentimientos.

Son reclamos, son deseos
en sus paredes de cirios encendidos.
Y en su faz, la sonrisa o el llanto de la vida.

Afuera palpita un campanario
llamando, incitando, persiguiendo;
afuera gritan las conciencias
y en cada repique,
se graban las huellas de los amantes
que pesarosos vuelven.

martes, 30 de marzo de 2010

Cotidianos-de José A Peláez por Silvia Álvarez Curbelo


La noche de la iguana: Comentarios en torno al libro de José Peláez, Cotidianos (Edición Los libros de la iguana, 2009), Librería Mágica, Río Piedras, 25 de marzo de 2010.

(Leer “Reminiscencia”)

La iguana que sirvió de leit-motif a una obra de teatro de Tennessee Williams y a una película en la que Ava Gardner y Richard Burton, fotografiados por el lente ancestralmente mágico de Gabriel Figueroa, agotaron sus corazones salvajes en la costas de Mazatlán, es el signo editorial bajo el cual sale a la luz este libro de José Peláez, nuestro admirado artista, colega docente, poeta, y hoy, como parte de su camaleónica identidad, escritor de prosa. Es también este reptil añadido ha poco a nuestro bestiario, una especie de metáfora saltona que condensa el recorrido por diversas estaciones del día a día que es Cotidianos.

Debo aclarar. No se trata del agigantamiento hormonal de la salamandra criolla ni del lagartijo, su más dócil pariente –que perseveran en nuestros jardines y patios a pesar del asalto de la construcción, ejecutando familiares ritos de aparición y ocultamiento. En la cotidianidad de los últimos se imbrican pátinas antiguas con los tiempos y espacios de cuando Puerto Rico era inminentemente rural y con las edades promisorias y luego, venidas a menos, de nuestra modernidad en la que echamos cemento para obliterar una historia demasiado ligada a matas de guineo verde, gandures, lechozas y guayabas, algunas de las cuales, por cierto, Peláez capta en su seriado de serigrafías navideñas que regala a la Escuela de Comunicación desde hace algunos años. La iguana en Puerto Rico es una arribista llegada a nuestros mapas sensoriales. Su cotidianidad ha irrumpido en las carreteras y en la gastronomía isleña de pinchos y empanadillas en momentos en que un inventario de paisajes, faunas y floras, y memorias se anacronizan, en un tsunami de relevos y sustituciones con el que ha se ha desvanecido hasta el olor de la guayaba.

La iguana intrusa ocupa hoy la misma territorialidad que los Wal-Mart, los four-tracks, las maquinitas traganíqueles y la lotovida de miles de personas en Puerto Rico, los polvos del desierto del Sahara, la venta de cervezas en las gasolineras y el imperio de lo efímero de Facebook. Son los actores de una cotidianidad nueva, más neurótica y mudable, pero real e ineludible que constituye el lugar de nuestras negociaciones, de nuestras luchas por arrancar sentido del abigarramiento, de la cacofonía y del vaciamiento del carácter.

Cotidianos recorre una geografía de vida que va desde aquellos lugares que una generación como la mía aún reconoce como referentes o en todo caso recobra de los archivos memoriosos – los del tiempo de los lagartijos y salamandras-hasta aquellos de familiaridad difícil para algunos pero menú predecible de establecimiento de comida rápida para otros, que se registran en los del tiempo de la iguana. En ese tránsito, Peláez acota la más reciente etapa del desencanto, que siempre acompañó a la modernidad a pesar de sus optimismos desafiantes.

Nietzsche nos lo advirtió, ciertamente no con estas palabras pero lo dijo. A pesar de las conquistas fáusticas, de los progresos y las promesas de perfección, de haberse liberado de metafísicas y derechos divinos, la condición humana moderna es frágil, condenada a la soledad, a una que dura más de más cien años. Ese hombre y mujer triunfantes por no tener destinos decretados, terminaron por caer en la noria de las insatisfacciones, de las repeticiones, del infierno de sí mismo como diría Baudrillard, a pesar de la lógica de las novedades que moviliza a la modernidad.

Peláez va al super en su viñeta personal “La Compra” y en lugar de compradores ve zombies que bien pudieran estar en una película de culto de George Romero como Night of the Living Dead. Le molesta la parsimonia, se enfada con el eslembamiento de los clientes, con la cajera que anuncia que tiene que cambiar el dinero de la caja en momentos en que estamos colocando los productos en la banda registradora. Nuestro amigo Peláez, artista tierno, se rebela como energúmeno contra la entropía que anida también en el corazón de la obscuridad moderna. En “El Tapón”, el poeta de delicados haikús se torna en maniático del volante y le da los cortes de pastelillo y estoqueadas “mala fe” a una guagua azul. Su carrera matinal por llegar a la IUPI, transformada en “mortal kombat”, es tan delirante que la Avenida 65 de Infantería – compendio de todas las fealdades posibles- le parece a la distancia una tierra prometida.

Pero no piensen que Cotidianos es sólo el llantén interminable por una modernidad que nos latiga y abandona a la buena de Dios. Es sobre todo un registro de los bálsamos y de las consolaciones – irónicas, terapéuticas, de vieja sabiduría como la palabra o el trazo, o de reciente generación tecnológica como el I-Pod que atesora los sonidos de nuestra melancolía o de pasadas impetuosidades- repito, un registro de los bálsamos y consolaciones que ingeniamos, creamos o virtualizamos para poder decir todos los días “Good Morning Sunshine”. Está, pues, la música pero además están el arcoiris, el recuerdo de un viejo amor, “que no se olvida ni se deja”, ver crecer a sus hijas, el olor de la grama recién cortada con su fiel Black and Decker, a pesar del sol inclemente. Es su testarudez de iguana la que insiste en las epifanías a pesar de los camuflajes.

Una fórmula de sesgo bélico acuñada por Michel de Certeau en su reflexión sobre la vida social asegura que las prácticas cotidianas pertenecen menos al mundo de la estrategia que al mundo de las tácticas con las que, a menudo, respondemos con imaginación y no poca sabiduría a los avatares (y no me refiero al blockbuster de James Cameron) de nuestra existencia. Digo a menudo porque en otras tantas nuestras improvisaciones no resultan como anticipamos. Que es lo que le pasa a nuestro querido Peláez cuando se encuentra en un mismo trayecto con un verde limón que aromatizará el resto de su rito mañanero y con una bola amarilla que le llevará a su perro Ché para que salte y brinque. Debió haberse imaginado que con ese nombre de patria o muerte, el perro le haría el caso de la vaca a la bola que fue lo que ocurrió.

De todas maneras, nuestra vida está constituida por múltiples operaciones y fragmentos que damos por sentado y que no solemos aquilatar ni en su riqueza sensorial ni en su racionalidad aleccionadora. Esas operaciones menores de nuestra cotidianidad no sólo generan gratificantes lecciones, o creaciones sui generis sino que iluminan realidades más complejas y abren a comprensiones más suficientes de nuestros mundos interiores y exteriores como nos revela Peláez: “Me gusta cuando podo las Cruz de Malta y espantadas, salen de entre sus hojas, decenas de diminutas mariposas blancas y amarillas y llenan ese espacio por unos segundos, haciendo más liviano y colorido el aire. Me gusta la otra fauna que comparte nuestro patio: los pitirres y los ruiseñores a quienes tengo que disputarles las pocas frutas que produce nuestro mínimo predio, las acerolas y las parchas, pero que nos pagan con su canto; los colibríes, como pequeñas maravillas aladas, a los que podía mirar embelesado por horas mientras extraen el néctar de las pasionarias; los lagartijos ligeros como una brisa verde, que agitan las hojas anticipando nuestra llegada”. Siempre hay un pedazo de paraíso recortado y acicalado que podemos roturar con nuestras iniciales.

En Cotidianos, José Peláez revalida ese mundo de bricolajes que es la vida diaria de millones de seres humanos, aquéllos que pagan sus contribuciones, viven embrollados de quincena a quincena y que no son celebridades o corruptos para ganar las primeras planas. Lo hace con el mismo amor, ironía y fino cuidado con el detalle que muestran sus diseños y sus amados haikús, momentos plenos de aprovechamiento sentimental.

Pero como suele pasar en las películas de David Lynch, lo que recurre, lo rutinario, puede ser siempre lo más desconocido y misterioso, la curva inesperada, el guiño del destino, la carcajada del diablo, aquello que revela nuestros más íntimos absurdos, fragilidades y temores. En sus ocho cuentos, intensos y densos como un shot de buen tequila, quien protagoniza es la muerte, espacio a la vez absolutamente cotidiano y simultáneamente ajeno. Se trata aquí de un Peláez con guión de The X Files, de zona intermedia o piso trece sin numerar que nos recuerda que detrás de cualquier maya –sí, aquellas que dejó atrás Llorens cuando se alejó de su amado Collores- sale un ratón.

Cotidianos es también un tributo a la ciudad, a ciudad puertorriqueña, azotada por la falta de cariño institucional y vecinal pero también un homenaje a la urbe puertorriqueña que es la babélica Nueva York. Las ciudades de Peláez no son las de la tarjeta postal; son los espacios transitados por biografías inconexas, por destinos ignotos, por redenciones y condenas. Las camina, huele, mira y oye acompañado, eso sí, del antídoto que esconde en su I-Pod y donde mixean Santana, Vivaldi, el saxo maravilloso de John Coltrane y Miles Davis, el de Kind of Blue, una pasión compartida. De otra manera, sin ese refugio musical, sus sufrimientos por los ruidos, la basura mal habida y las desconsideraciones, quebrarían sus apetitos que son muchos (y que no se sacian con los almuerzos en La Tertulia o Casa Sila). Por cierto, a lo largo del libro encontramos un verdadero archivo discográfico y hasta se me ocurre pensar que podemos producir Cotidianos: The Soundtrack.

Es el libro, como apunta el título de su primer fragmento una transición, que ojala se desplace, como irreprimible iguana, hacia una escritura más holgada. Aquí, en está su primera entrega, coquetea con la crónica, con la viñeta, con el cuento, formas todas en la que lo reiterado, lo minimal y lo improvisado pero también lo extraño del diario vivir encuentran lenguajes propios. Peláez camina, compra, conduce, recuerda, viaja y arregla su patio. En esa aventura de los pequeños pasos recupera, los sonidos, colores, y sabores de la vida que es fenomenal, como diría Wico Sánchez, a pesar de las estridencias que provienen de un carro en medio de un tapón que no tiene salvación o de los gemidos de un pájaro herido, que sí la tuvo a manos de una niña amable.

viernes, 20 de noviembre de 2009

La novela Águila de Reynaldo Marcos Padua


Estructura épica en la novela histórica Águila , de Reynaldo Marcos Padua

Por: Marcelino J. Canino Salgado

Cuando yo estaba en prisiones
con lo que me entretenía
era con los eslabones
que mi cadena tenía…

( cantar popular)

La persona histórica de José Maldonado , conocido con los apelativos de Águila Azul, por unos y más tarde como Águila Blanca por otros, ha sido ambiguamente tratada por el juicio de historiadores contemporáneos que, a todas luces se afilian a la línea del puro y constatable documento histórico penal oficial. Sin embargo, el que fue mirado con ojos de cariño y admiración como héroe popular, fue también el abominable y temido delincuente enemigo de los terratenientes españoles y puertorriqueños explotadores del XIX finisecular. Esta dicotomía nos obliga a ser sumamente cautelosos con la lectura e intelección de documentos oficiales que sólo reflejan la óptica de los poderosos. Como contrapeso, no hay más remedio que acudir a las fuentes orales y a los testimonios de quienes conocieron o se relacionaron con la histórica figura.

Así puede observarse en las décimas que sobre el Águila escribió don Ángel Pacheco Alvarado, trovador natural de Peñuelas, a quien profesaba gran admiración y de las que cito solo tres estrofas:

I
Era José Maldonado
o Pepe, “El Águila Blanca”
hombre de palabra franca
y de espíritu elevado.
Muchas veces fue acusado
Por la insensata opinión
De bandolero y ladrón
Porque con limpia hidalguía
Los abusos combatía
De la hispánica opresión.

IV

Está José Maldonado
En varias fotografías
de Evaristo Izcoa Díaz
amigablemente al lado.
Así deja comprobado
Lo que “Águila Blanca” era
Junto a la figura austera
Del periodista y patriota,
Que luchó por dejar rota
La infame cadena ibera.

VI
Pepe fue un recalcitrante
Serio enemigo de España
Que la combatió con saña
Con corazón de gigante.
Boricua que en cada instante
Que de hacer algo tenía
Atacó a la policía
De aquel régimen despótico,
Porque luchaba, era lógico
Por nuestra soberanía.

El vilipendiado José Maldonado es para algunos historiadores y seudo historiadores un delincuente común. Para otros un héroe de la misma naturaleza que Robin Hood. Ricardo Alegría, quien recoge las décimas de labios del trovador peñolano, al reproducirlas en La Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y El Caribe, en una breve nota, califica a José Maldonado, “ El Águila blanca” como “ ilustre patriota”. Esa dualidad de criterios sobre el Águila Blanca queda magistralmente resumida en la Tercera parte de la narración de Marcos Padua, Capítulo 60, titulado Indulto (Páginas 165-167).

No queda lugar a dudas que, sobre todo, en la zona geográfica de Ponce, la figura de José Maldonado dejó una impronta indeleble en las almas de los ciudadanos humildes contemporáneos y coterráneos del notorio personaje quien sufrió presidio y las humillaciones más cruentas que podamos imaginar, generalmente por crímenes vulgares no cometidos por él. José Maldonado era en cierta medida un icono de la rebeldía y un desacralizador de un sistema plagado de injusticias contra los humildes y desprotegidos. Para el stablisment era un peligro en potencia y en acto. No había más remedio que destruirlo. El líder de las llamadas “partidas sediciosas” habitó en dos mundos: el del vituperio y el de la alabanza. Hoy, además de los juicios parciales de los historiadores, la cosa ha cambiado poco: José Maldonado habita en el mundo de una historia prejuiciada y oficialista y en un mundo más exquisito para su memoria: el mundo inexorable de la literatura, en la antesala del mito.

En efecto, cualquier persona de relativa instrucción cultural sabe el axioma de que “ la historia la escriben los vencedores” y a los vencidos solo les queda la añoranza, la melancolía: impulsos inestimables para la creación literaria y el arte en general. A los supuestamente vencidos y sojuzgados solo les queda el recurso del cantar folclórico, de la literatura…

El escritor puertorriqueño, Reynaldo Marcos Padua, conocido por sus innumerables publicaciones y aportaciones a nuestra literatura patria, rescata literariamente la figura histórica de José Maldonado de manera asombrosa. No se trata de una historia biográfica novelada fundamentada meramente en documentos, sino de una ficción narrativa donde la verosimilitud literaria se confunde con la realidad documental. Es un ejercicio excelente de lo que la “retórica” denomina “ ars invenit”, arte de la invención. Y Reynaldo Marcos Padua, literariamente ha logrado un meta-meta discurso literario, pues bajo la aparente narración novelesca nos ofrece una sabrosa epopeya criolla. Un análisis de la estructura de su narración nos lo demostrará.

La obra está dividida en seis partes a través de 85 capítulos de variada extensión, entre 1 y 10 páginas aproximadamente. Aunque enlazadas en sucesiones lógicas, cada parte es esencialmente autónoma. Hay, por otro lada una perfecta distribución isotópica entre los espacios narrativos y la semántica de los mismos, ejemplo de equilibrio en la fábula.

Comienzo in media res: La partida de sediciosos

El comienzo “in media res”, característico de las epopeyas clásicas, es empleado por el novelista para adentrar de inmediato al lector en la acción narrativa. La partida sediciosa, bajo la dirección de Pepe Maldonado acababa de incendiar un enorme cañaveral para crear la ruina de un portentoso hacendado y de esta manera hacerle sentir el poder de los que no tienen poder… La descripción vívida del incendio crea una atmósfera de sofoco ante el calor , y la magia de la sinestesia se hace notar entrecruzándose el sentido visual con el del olfato, además del auditivo: ¡una orgía de sensaciones diversas! que puntualizan el agitado ambiente rupestre.

No obstante la presentación inmediata de la acción delictiva, la novela comienza con un delicioso párrafo que nos parece una acuarela o paisaje propio de Francisco Oller:

“Durante la madrugada, cabalgaron por riscos y malezas, hasta el momento en que notaron el sol naciente. Al horizonte, una azulosa témpera transformaba en humo el rocío dispersado sobre hojas y tallos.”

O este pasaje con el que se inicia el Capítulo 25, Águila azul, sigue…

“ Apagaron el quinqué. La noche alzó las alas negras y pintadas de sueños. El sol se coló por las rendijas de la choza. Tan pronto amaneció, un haz de luz dio directamente sobre el rostro del visitante. Abrió los ojos y volvió a escuchar despierto el cantío del gallo que creía haber oído en entresueño”.

Y esta capacidad lírica no es extraña a la epopeya aunque lo esencial en ella sea lo narrativo, la presentación de la acción o las acciones en el proceso de su desarrollo.

Las caracteres y su presentación

Considero que en el sustrato anímico narrativo del “ingenio invenuit” de Marcos Padua quedó como fondo común a sus creaciones el modelo de la épica griega, sobre todo de la Ilíada , tal como la recoge Pisitrato en la versión que todos conocemos. Advierto que críticamente no pretendo hacer aquí un psicoanálisis literario, pero sí un asomo a las corrientes jungianas del inconsciente colectivo. Veamos:

En las rapsodias números tercera y cuarta de la Iliada, el poeta presenta detalladamente a los guerreros que toman parte en la contienda y señala las virtudes de cada uno de éstos, hasta llegar, finalmente, a la aristíada de Diomedes Tidida.

Marcos Padua hace lo propia al señalar los 13 miembros que, a parte de Maldonado, formaban la partida originalmente. Tanto el 13 como el 14, son números propiciatorios comunes en la tradición épica grecolatina e hispanorománicas. Después de la presentación de los miembros de la partida sediciosa, el autor dedica a los más importantes un capitulo por separado donde narra sus características y virtudes y, en algunos casos, como el del carbonero “el negro Sindo”, (hipocoro de Gumersindo) se sugiere una aristiada donde se pone de manifiesto su excelencia su “areté” respecto de la fidelidad guardada a Pepe Maldonado, el Águila…..

En esta galería entrelazada por caracteres y perfiles de los personajes, Marcos Padua entrevera elementos caracterizantes del Águila Blanca y sus hechos biográficos, muchos de carácter histórico, pero otros de naturaleza facticia, no ficticia y por eso verosímiles. Personalmente me conmovió el Cap. 4, Un niño en la cárcel, donde se llega al alma del preadolescente encarcelado mediante las cavilaciones y meditaciones sobre el color gris. Dice el narrador:

“El gris es también un color de muerte. En la vida, el color que a los ojos de un niño, envejecido de súbito, elimina los otros espectros de luz. Hay en el gris como un distanciamiento, una frialdad, cierta certeza de la libertad, el envés de la libertad, la imposible inocencia. Las lágrimas ya no son transparentes; sino grises, a través de las cuales el arco iris no se rompe en su prisma. Permite tan solo una triste mezcolanza de lo oscuro y lo blanco, como si la tiniebla y la luz cohabitaran en maridaje nefando. Cualquier niño en el campo ve las horas del día que no pasan y la noche es una huésped más, inoportuna, que le avisa del ahora en pausa, que ya el disfrute cambia, hay que irse a cenar, a dormir. Pero, la cárcel…”

No deja de apretarnos el corazón estos pensamientos y los siguientes párrafos que describen el angustioso tedium vitae de un mozuelo malamente apresado, sin otras consideraciones que la castigar los errores cometidos por un jovencito: ¡ La terrible y nefasta doctrina de los escarmientos!

La caracterización dinámica del protagonista se dispersa a través de toda la narración, solo después de concluida la lectura del texto nos queda una clara prosopografía tridimensional del personaje.

Prosopopeyas sorprendentes

Hay en la narración tres personajes etéreos, pero presentes, no se dejan ver, pero se sienten. Uno: el rumor, ronda por todos los espacios, se hace sentir de soslayo entre todos los niveles socioeconómicos. Y así, porque cuando se desconfía de las fuentes oficiales de información, no queda más remedio que prestar oídos a la murmuración. Entonces, el rumor hace de las suyas y propicia la intriga.

El otro personaje etéreo es el miedo, eriza la piel, acelera las palpitaciones del corazón, nos hace ver lo que no existe y nos impele muchas veces a realizar acciones equivocadas o irrisorias. El miedo, producto de la inseguridad, nos hace esclavos del absurdo.

De igual modo se presenta la etérea imagen del tiempo con su vestimenta siempre novedosa, pero imperceptible. Así cuando el narrador omnisciente escribe: “El año mil novecientos tocó a las puertas de un país desolado: trauma de una serie de eventos donde la prioridad de grande de como chico, potentado o peón, era simplemente satisfacer, en medio de la total desdicha, la cotidiana subsistencia.” Y es que el tiempo todo lo nivela, todo lo iguala. No podemos lidiar contra él: Sic transit gloriae mundi. Todo pasa, nada permanece…Y como dice una copla tradicional de matiz filosófico, cantada como consuelo por nuestros campesinos del pasado:

“Nada en esta vida dura
fenecen bienes y males
y una triste sepultura
a todos nos hace iguales.”

Los dos planos

Como en la épica clásica, en esta narración hay dos planos. No son dos estadios, uno divino, de dioses inmortales y otro de humanos mortales. Aquí, en la narración de Marcos Padua, el doble plano está constituido de un lado, por los poderosos, explotadores y usurpadores. No son eternos, pero se creen eternos, de aquí la sucesión de sus herencias y fortunas, generalmente mal habidas. El otro plano, el de los humildes, los pobres, los que luchan y trabajan de sol a sol, los explotados, tampoco son eternos, pero recuerdan entre sí a la esperanza de la eternidad, porque “bienaventurados los que sufren porque de ellos es el reino de los cielos”.

Ars amplificatio

Una de las características de la epopeya es su visión macroscópica de la realidad, coherente, no segmentada. Lo que es microscópico por naturaleza, alcanza la dimensión que proporciona el vidrio de aumento del cantor o autor. Los detalles, por breves que sean no pasan desapercibidos. Mas la fuente de macroscopía como arte de la invención para Reynaldo Marcos Padua, en esta obra en específico, procede del periodismo de finales del XIX.

Un escrito finisecular, impecablemente redactado con gran soltura por José Maldonado, no como auto-apología, sino más bien como explicación a la sociedad de la que, a pesar de todo, era miembro, constituye la principal fuente de información del laureado novelista Marcos Padua. El hecho no es solo una forma de tratar de salvar el pellejo y la proyección social de alguien a quienes los de arriba, los poderosos veían como un facineroso peligroso y hostil, confundido política y socialmente, si no muy por el contrario, una forma de exponer su propia verdad, la que debía ser conocida por los lectores de la prensa El Correo de Puerto Rico, sobre todo los de la región de Ponce.

Un Ulises incansable
Para buscar paz y tranquilidad y escapar de las injustas persecuciones contra su persona, José Maldonado acude al dominicano Sebastián Montesa a quien quisieron asesinar los conservadores, para solicitarle a éste que lo llevase consigo embarcándose ambos hacia Nueva York. Allí el Águila se presentó ante la delegación cubana y fue enviado a Cuba en una expedición, de la que regresa a Nueva York herido. Decide esperar las fuerzas expedicionarias que vendrían a atacar a Puerto Rico para volver en ellas a la Isla. El mismo Maldonado refiere:

“ Al fin volví a mi país dispuesto a vivir tranquilamente al lado de mi madre y de mis hermanos y trabajar honradamente para ser útil a la sociedad, pues no tengo más que 24 años, pero una lengua viperina, como si estuviéramos en tiempos de los españoles, me ha indispuesto con los jefes americanos, y se me persigue de muerte”.

El tema de la Némesis se manifiesta conspicuamente y José Maldonado, como si tratara de huir de su Moira fatal, termina aparentemente aceptando o reconciliándose con su cruel destino. La relación con Montesa, Deschamps y otros perseguidos lo impele a viajar a Santo Domingo y a rechazar los crímenes de Lilís y sus sicarios. Mas el norte de Maldonado fue siempre Puerto Rico y su destino final, la familia.

Así también el tema de la “menis”, presente en la cólera que ánima a José Maldonado contra el gobierno español, sus injusticias y sus seguidores incondicionales. Al principio la “menis” se manifiesta exclusivamente contra los hacendados afectos al régimen, más tarde, casi al final de sus años de rebeldía, pero con mayor madurez, la cólera parece encaminarse contra los nuevos invasores norteamericanos. De ahí el capítulo 50 donde el perspicaz narrador describe en una detallada écfrasis literaria la foto donde aparece el Águila montado a caballo, probablemente en el área de Guánica; estampa a la que nos referiremos más adelante.

Realidad y verosimilitud

Pero la literatura es mucho más que un entramado histórico, es en cierta medida un intento por expresar lo “inefable de lo absoluto”, un ennoblecimiento de la memoria colectiva cuando se trata de los asuntos del pueblo y del bien común. Reynaldo Marcos Padua ha enriquecido la base histórica del relato épico con la creación y concatenación de elementos afines a la época en que vivió el histórico personaje. La referencias a las creencia espiritistas, a las sociedades secretas como La Torre del Viejo, la búsqueda de tesoros y entierros perdidos y declarados y donados por almas en pena, la alusión a la invasión norteamericana a la Isla y a los cantares folclóricos que ésta inspiró en los trovadores del pueblo, los entretenimientos grupales de juegos de azar y las archiconocidas décimas sobre el tema de Carlomagno, Fierabrás y los XII Pares de Francia, el écfrasis narrativo de la foto del Águila y su partida sediciosa con la Monoestrellada flotando contra el viento como si fuera un ala victoriosa, aprecida en Our Island and their People, tomada el 4 de junio de 1899 y que Ricardo Alegría cree fue tomada en Guánica “donde Águila Blanca y sus guerrilleros tuvieron algunos encuentros con las tropas norteamericanas”.

Ambiente y atmósfera

Aparte del tema político y del de la venganza y Némesis, entre los recursos literarios empleados por el narrador, es encomiable su capacidad para la creación y recreación de los ambientes escénicos que oscilan entre la ruralía, los agrestes montes y los limitados contornos urbanos los que no se limitan a Puerto Rico puesto que Marcos Padua relata la estadía de José Maldonado en Santo Domingo. Los espacios narrativos son tanto abiertos como cerrados, públicos o domésticos. La entrevista de Maldonado con el Monseñor Oneida de Santo Domingo (Cap. 77) es un buen ejemplo de un ambiente cerrado e intimista. La multitud que se congrega cerca de la plaza en Ponce cuando Maldonado recibe el indulto, es ejemplo de un ambiente distinto, además de demostrar la capacidad de convocatoria que tenía el Águila no solo de adeptos y admiradores, sino de sus críticos y enemigos ( Cap. 60).
Pero tal vez la escena ambiental más sugestiva por lo que tiene de simbólica y sugeridora de interpretaciones, es la titulada Junto al río (Cap. 31) cuando el Águila se lanza a las aguas y se opera en él una especie de bautismo refrescante que le aclara sus pensamientos libertarios y su amor por la patria esclavizada por los españoles. La inmersión en las aguas del río le propicia una nueva reflexión sobre su vida y su destino. Finalmente: “Haló la brida de su animal y emprendió el descenso de la colina. Sabía cuán importante era la calma. Lo que se avecinaba era grueso de tragar”. Esta toma de conciencia de su responsabilidad como líder de la partida sediciosa, regirá sus acciones futuras. En este capítulo la narración alcanza matices de gran lirismo y delectación estética. El ambiente rupestre logrado mediante la descripción de bohíos, chozas, montes, quebradas, aperos domésticos y el lenguaje mismo, establecen los límites cronológicos y geográficos de la narración. Así lo podemos observar en el Cap. 24 cuando Águila se dirige al antiguo pueblo de Barros ( Orocovis), donde además del ambiente rural y humilde se percibe la atmósfera del miedo y contradictoriamente el espíritu de la hospitalidad. La atmósfera, ese estado especial de ánimo que se percibe en tal o cual ambiente, es elaborado por el autor con sumo cuidado y originalidad, por eso” el miedo es un bulto” dice el Águila cuando se enfrenta a un hecho sobrenatural inexplicable en el Cap. 18.

El lenguaje narrativo, caracterizante y ambientador

Una lectura superficial de la novela puede causarnos la impresión de que el autor tomó de modelo a los novelistas decimonónicos finiseculares como Manuel Zeno Gandía ( 1855-1930) autor entre otra novelas de La charca (1894); y más tardíamente al editorialmente resucitado Ramón Juliá Marín( 1878-1917), autor de Tierra adentro ( 1911) y La gleba (1912). Sin embargo esta impresión queda desleída generalmente a medida que comprendemos el mecanismo narrativo de Marcos Padua. No puede negarse un lejano eco de esa novelística que, el autor, académicamente, especialista en Literatura Puertorriqueña ha estudiado con cuidado y conoce al dedillo. Mas no se trata de un lenguaje epigonístico, sino más bien caracterizante. Si el protagonista y los demás actantes de la novela son decimonónicos, de nivel socioeconómico y socioeducativos populares, de limitada instrucción, el lenguaje tiene que obedecer a esos imperativos. Si bien es cierto que el autor emplea en boca del protagonista y sus seguidores aquellas modalidades de la fonética puertorriqueña a saber: aspiración de la “s” post nuclear o al final de sílaba, igualación o neutralización de las consonantes líquidas r/l, geminaciones consonánticas, además de casos comunes de aféresis, síncopas, apócopes y prótesis, en otras palabras, los llamados metaplasmos frecuentes en el habla popular. Igualmente aparecen como elementos caracterizantes los refranes, dichos y modismos propios del campesino puertorriqueño. Y es tal la abundancia de estos elementos en el discurso narrativo de Marcos Padua que, hasta el mismo narrador omnisciente y ubicuo que, generalmente se caracteriza por un lenguaje culto y refinado, en muchas ocasiones se contamina con el sistema expresivo de los personajes que él mismo ha caracterizado. Igualmente ocurre en la reproducción de la morfosintaxis de las expresiones de los campesinos, de manera tal que el texto narrativo es un ejemplo bastante ilustrativo del arcaico sistema expresivo de los puertorriqueños.

Hizo bien el autor al echar mano de estos recursos, pues de otro modo, si narraba desde una óptica contemporánea presentista, podía correr el riesgo de caer en un abominable anacronismo enajenante. En este sentido, por su fidelidad al pasado, la obra muy bien podría considerarse como un documental cinematográfico. Historia, anécdota, folclore, música, poesía, literatura, periodismo, y fotografía exquisitamente entretejidas en una fabulación artística digna de ser leída por todos y más específicamente por aquellos que desdeñan, por ignorantes, a nuestro pasado y dolorosas aventuras existenciales.

Queda meridianamente demostrado cómo las estructuras de la épica clásica surgen del sustrato anímico del autor y aparecen por derecho propio en un nuevo texto literario, y es que las mismas provienen de ese fondo común vivencial que Jung denominó el inconsciente colectivo. Para los humildes, como para todos los inclinados al orden de la divina justicia, José Maldonado, Águila Blanca, queda salvado para la historia por su heroicidad y buena voluntad, mal entendida por aquellos incondicionales de la oficialidad que siempre han existido, pero atesorada por los hombres libres de todos los tiempos.

Muchas gracias.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

El reloj del abuelo de Hiram Collazo


por Marioantonio Rosa


Libro amparado en una propuesta poética depuraaa y brillante el poeta Hiram Collazo nos presenta un libro rico en matices estéticos , es una poesía de actuaalidad que se define en un lirismo que lo coloca a la vanguardia de las voces poéticas más auténticas del país.
Recomendamos este libro porque junto a su esencia nos dice cómo debe ser la verdad del poema. El poema como principio y continuidad con el hombre y suentorno.

Tomado de En Rojo/ Claridad 5-11 de noviembre de 2009

El reloj del abuelo de Hiram Collazo




por Jaime Marcano Montañez

Tomado de La Semana (Caguas, P.R.) jueves 22 de octubre de 2009

por Jaime Marcano Montañez


Ha sido una aventura placentera leer el poemario El reloj del abuelo,
uno de los mejores libros de poesía actual y puertorriqueña. En cuanto
al estilo literarrio, sobresale la simbiosis que el autor logra entre
técnicas clásicas y su manera muy personal de concebir los ritmos y sus
variaciones en el discurso estético. Sus rimas están logradas en la
matización particular de su propia música revelada en sus versos. Es
una poesía de profundidad metafísica y esotérica, con un trasfondo
histórico y cultural que el hablante lírico trabaja muy bien en sus figuras
de mitificación y desmitificación a la vez (y valga la paradoja).
Pero sobresale la espititualidad y el humanismo de sus versos, en una
cosmovisión de libertad de conciencia y de unión fraaternal.
Paradójicamente , pero para su bien , un serio humor incisivo le brinda
a la obra cierto criticismo luminoso de línea y entrelínea, cierto sabor a
sabiduría de pueblo añejado por los siglos, de naturaleza catártica en su
relación dramática con la realidad mundial, en estos tiempos signadospor fantasmas existenciales.

A continuación, una muestra poética del hermoso libro de Hiram Collazo.


LOS QUE ME DICEN

Contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso.
Pablo Neruda
Alturas de Machu Pichu



Exhúmame
...me dijo nadie de la tumba.
Exáltame
...me dijo el alguien en su trono.
Contéstame
...me dijo el que pregunta.
Ampárame
...el que se supo solo.

II

Escúchame
...me dijo un gran silencio.
Libértame
...me dijo el oprimido
Despiértame
...me dijo el soñador.
Entiéndeme
...aquel incomprendido.

III

Atrévete
...me dijo el arriesgado.
Maldíceme
...me dijo el maldecido.
Recuérdame
...me dijo el olvidado.
Conóceme
...el que es desconocido.

IV
Resiémbrame
...me dijo el árbol seco.
Alcázame
...me dijo la alta espiga.
Navégame
...me dijo el mar sereno.
Olvídame
...la amada que me olvida.